Personajes

Alfonso Diez

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Vivir de pie, el tiempo de Maximino Ávila Camacho

 

“He hablado con uno de los políticos de más inteligencia y personalidad de cuantos he conocido en mi vida… Tiene una simpatía extraordinaria”, dijo Eduardo, duque de Windsor, rey Eduardo VIII de Inglaterra por poco tiempo y gobernador de las Islas Bahamas al referirse a su encuentro con Maximino Ávila Camacho en Nassau. Se verían en tres ocasiones más. En una de ellas, Maximino toreó para el duque en un ruedo improvisado en la proa de la embarcación en que viajaban.

Así era Maximino, una de sus múltiples facetas, el hombre que fue arriero, ranchero, soldado de la revolución hasta llegar al grado más alto en la milicia, torero, caballista consumado, gobernador de Puebla y secretario de Comunicaciones y Obras Públicas del gobierno federal, al lado del presidente Manuel Ávila Camacho, su hermano.

Nació el primero de septiembre de 1891 en Teziutlán, Puebla y murió hace 63 años, el 17 de febrero de 1945, a los 53 de edad. Atrás habían quedado dos matrimonios y vida familiar con otras cinco mujeres; catorce hijos, nueve mujeres y cinco hombres.

Es el Maximino desconocido, el hombre elegante al que le gustaba tener sus pantalones perfectamente planchados, al que le gustaba el trabajo, que adoraba a sus hijos y disfrutaba cada instante de su existencia. Cuando era niño, el licenciado Gabriel Villegas le preguntó qué iba a ser de grande y le respondió premonitoriamente: “Pues mire, licenciado, yo seré general, gobernador del Estado de Puebla… Tendré muy buenos caballos, mucho dinero y muchas novias”. Y lo cumplió.

“La muerte fue subiéndosele por la pierna, la misma que se quebró en 1925 al caer de un caballo en Arriaga, Chiapas… aquél 17 de febrero de 1945, los médicos que lo atendían de sus afecciones: la cardiaca y la diabetes, lo acompañaban a sus costados; al lado izquierdo el doctor Bernabé Chávez, su cardiólogo, y al derecho el doctor José Larumbe, su médico de cabecera.”

El párrafo anterior es el primero del capítulo VI, el último de un magnífico libro que apenas ve la luz. El capítulo se llama “Con la mano en el corazón”, “Muerte de Maximino” y el libro, de 588 páginas, era esperado y necesario: “Vivir de pie, El tiempo de don Maximino” y como subtítulo: “Maximino Ávila Camacho, 35 años de historia revolucionaria”.

Esperado y necesario. Misterios develados, calumnias aclaradas.

Gonzalo N. Santos, en sus memorias, dice que Maximino le dijo que lo esperaba en su rancho La Soledad, cercano a Martínez de la Torre, y que allá lo alcanzó. Esto es falso desde el planteamiento; Maximino nunca pudo haber dicho “mi rancho’ porque no era de él, La Soledad era de su hermano Manuel y el nombre se lo puso por su esposa, Soledad Orozco.

Santos afirma que Maximino le dijo en la reunión mencionada que “Fui general de división mucho antes que él”, refiriéndose a su hermano Manuel. Tampoco pudo Maximino haber dicho eso; Manuel, como secretario de Guerra y Marina fue ascendido a general de División el 1 de marzo de 1938, mientras que Maximino lo fue hasta el 16 de noviembre de 1940.

Lo de las copas de whisky que sirvió el anfitrión es otra aseveración sin fundamento de Gonzalo N. Santos, porque Maximino era diabético y no bebía ninguna clase de bebidas alcohólicas.

Como éstas, se aclaran otras calumnias históricas en las que otros autores se basaron para trazar sus análisis. Es “Vivir de pie”. 630 fotos de la familia, de sus andanzas en la revolución, de sus viajes, de su funeral, de recortes de periódicos y de documentos como las actas de nacimiento, matrimoniales, cartas que envió o le enviaron, credenciales, títulos, esquelas y carteles taurinos en un  libro de 34 centímetros de largo, 23.5 de ancho y 4.5 de grueso, pesado, impreso en papel couché mate.

Don Maximino era hijo de Manuel Avila Castillo y de Eufrosina Camacho Bello. Fue el mayor de 9 hermanos, le seguían: María Antonieta; Manuel, que nació el 25 de abril de 1896; María, en 1898; Miguel, en 1901; Ana María, en 1902; Rafael, el 14 de diciembre de 1904; Gabriel, el 13 de septiembre de 1906; y Eulogio, en 1908.

Sólo se casó dos veces, con Natalia Bínder y con Bárbara Margarita Richardi Romagnoli, pero tuvo hijos además con Felisa Cazasa, María Pérez Cleofás, Concepción Martínez, Olga López y Celia Sánchez.

Con Felisa tuvo tres hijas, Hilda, Heldiza y Adriana; con María Pérez una, Edna Eufrosina; con Conchita Martínez tuvo a Pastora, que murió en un accidente automovilístico. Manuel Ávila Camacho López, el recién fallecido, y su hermana Antonieta, eran hijos de Olga López y de Maximino. Con Celia Sánchez sólo tuvo a Eulogio; con Natalia Bínder tuvo tres hijos: Guadalupe, Luis Manuel y Maximino; con Bárbara Margarita procreó a Alicia Antonieta, Gloria y a Maximino Eulogio.

La investigación recién editada tiene seis capítulos: I.- Teziutecos, valientes serranos. Orígenes y familia. II.- El ímpetu de sobresalir. Historia militar. III.- Con Plutarco no, con Lázaro sí. Maximino, gobernador de Puebla. IV.- Una labor subestimada. Maximino, subsecretario de Obras Públicas. V.- La otra espada del general. Maximino y su pasión taurina. VI.- Con la mano en el corazón. Muerte de Maximino.

En el capítulo IV se desmiente la versión de Gonzalo N. Santos sobre la llegada de Maximino como titular de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas y en la que probablemente se basaron otros autores, como Enrique Krauze, para denostar a Maximino. Decía Santos que Maximino ocupó la cartera a punta de pistola y solamente le hizo saber a su hermano el presidente que era el nuevo secretario.

Sin embargo esto es falso y se prueba con fotos de la toma de posesión con el enviado del presidente, así como el documento en el que consta el nombramiento oficial correspondiente y la referencia del material fílmico que se hizo del acontecimiento, realizado por Angel D. Molina y narrado por Fernando Marcos, en el que al final Maximino dirige un mensaje a través de la XEQ acompañado de Jesús González Gallo, secretario particular del presidente.

Los toreros famosos de la época fueron sus compañeros en el ruedo y sus grandes amigos, como Silverio Pérez, Rodolfo Gaona “El Califa de León”, Fermín Espinosa Saucedo “Armillita”, Juan Silveti y hasta Cantinflas.

El último día de su vida, Maximino fue a Atlixco, donde dio su último discurso y herido mortalmente por dos infartos fue trasladado a su casa de Puebla, donde falleció. Silveti fue cada año, hasta su propia muerte, a llevarle flores a la tumba a su amigo fallecido.

Le dedicó además un texto de despedida conmovedor en el que se refiere a la cita que tenía en Puebla con el general, el día en que habría de fallecer; dice Silveti que “…al llegar a las caballerizas vi que se iba a recostar un poco; nosotros nos quedamos mirando los caballos. De pronto llegó corriendo Pascual, su chofer y hombre de toda su confianza, llorando amargamente gritaba: Ya se murió mi general Maximino. ¡Cómo! le grité. Pascual, sin responderme, no cesaba de gritar y llorar…”

“Cuando ya no hubo nadie, cuando volví a encontrarme solo, voló mi pensamiento para recordar al excelente amigo que se había quedado dormido para despertar allá, muy alto, muy alto… Tal vez en la luna, tal vez en el sol. Espera, le grité. Allá nos veremos, Maximino. Tú seguirás rejoneando toros y yo matándolos, teniendo como ruedo el infinito”.

Es el libro con el que Rodrigo Fernández Chedraui rinde homenaje a su bisabuelo haciendo mancuerna con el historiador Arturo Olmedo Díaz a 63 años del fallecimiento de un hombre que no conoció en persona, pero que ahora conoce mejor que nadie, tras una acuciosa investigación de años basada sobre todo en el archivo que le entregó su abuelita Alicia, llamado ahora Acervo Fernández Chedraui.

Rodrigo, es hijo de Manuel Fernández Ávila, hijo a su vez de Alicia Antonieta Ávila y de Justo Félix Fernández.

VIVIR DE PIE, EL TIEMPO DE DON MAXIMINO. Editorial Las Ánimas. Xalapa, Veracruz. Teléfono (228) 812 60 90.

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